Como para que tome nota “Forbes”, la revista de los millonarios…
No es técnicamente un banco, porque en su interior no guarda valores monetarios ni bursátiles. Pero desde cierto punto de vista los tesoros que reúne pueden ser aún más valiosos.
Se trata de la colección de fotografías de sonrisas más grande del mundo. Obra del fotógrafo chileno Roberto Corona, que recorrió 77 países durante 8 años para recolectar las 200 mil instantáneas que forman parte de su original colección. Nacida un día en que se vio en la ruina en medio de Nueva York.
He tenido la oportunidad de compartir historias inspiradoras en redes sociales, he podido también levantar galerías fotográficas. Una en un “Museo de la felicidad” que estuvo por un periodo de tiempo en Santiago y en un par de exposiciones que hicimos con el “Encuentro internacional de felicidad”. Uno en Santiago, otro en Sao Paulo, Brasil, y también estoy trabajando en la publicación de un libro que hace un recuento de 77 países fotografiados en estas sonrisas y entonces también han sido parte de la inspiración para lo que hoy día estamos creando que es la serie animada de “Robi Smile” y su viaje alrededor del mundo en busca de la felicidad…
Es mi compañero de viaje. Un pequeño muñequito de trapo que va conmigo en esta ruta de colección de sonrisas, donde las personas que me regalan una sonrisa, al mismo tiempo se conectan con toda la buena energía del amor de este muñequito de trapo, del cual, al abrazarlo, pueden sentir el latido de corazón. Es un pequeño corazoncito que carga dentro de él que cuando tú lo presionas, se activa, entonces da la sensación de vida, y esa vida es la que te conecta con la buena energía, te emociona y es la historia que normalmente atrae a la gente a querer abrazarlo.
Me encontraba en un viaje porque me había tocado pasar por una etapa difícil y sentí que el reinventarme y hacer algo distinto me iba a sacar de ese hoyo y de esa sensación de vacío que quedaba en mí.
Al principio yo me dedicaba a las fotografía de matrimonios. Por muchos años tuve una productora de eventos que hacía registro fotográfico de bodas. Pero el año 2012 entraron a robar a mi empresa. Eso significó tener que comenzar de cero. Ahí me enfoque en esa única cosa que más me gustaba de lo que hacía, que era la fotografía de bodas.
Entonces decidí combinar mis dos pasiones, la fotografía de bodas con el estar en movimiento, el querer viajar y explorar el mundo, lo que nunca pude hacer porque siempre estaba con mucho trabajo, muy ocupado. Pero cuando me tocó perderlo todo, recuperé mi tiempo y con eso la libertad de perseguir un sueño.
Decidí comenzar a retratar bodas alrededor del mundo. Comencé escribiendo reportajes de historias inspiradoras de parejas que sin importar sus tradiciones culturales, el color de su piel o el idioma que hablaban, habían puesto el amor por sobre todas las cosas.
Una primera pareja que decidió ser parte de este proyecto, “Amor sin fronteras”, me contacta y decidimos hacer esta iniciativa en conjunto y ellos se estaban casando en Nueva York. Ella de Moscú, de Rusia, y él un norteamericano que estaba haciendo todo lo que correspondía para la celebración de la boda.
Yo muy entusiasmado viajo al encuentro de esta pareja, pero ellos finalmente tuvieron un problema, se suspende la boda, terminan su relación y yo ya estaba en Nueva York.
Era un riesgo que tomé, porque me había tocado comenzar de nuevo y no tenía más que perder. Pero estaba yo sin tener la claridad de cómo podía continuar, los recursos que yo pensé iba a recibir ya no estaban y entonces esa sensación de angustia, de frustración, volvía a mí.
Estaba en la mitad de Times Square en Nueva York, por donde parecía que el mundo entero pasaba frente a mis ojos, pero nadie me notaba, era como un punto en el universo, invisible. Hasta que hubo una persona que se acerca a mí y me dice: “¿De dónde vienes?”. Le respondo que venía de Chile. Se entusiasma, viene hacia mí, me da un tremendo abrazo y me dice: “¡chileno!, qué bien!!!”.
Yo dije “qué genial, hice un amigo”. Pero lo primero que me pregunta después de darme ese abrazo es si tenía una moneda. Yo ya un poco confundido reviso mis bolsillos, me doy cuenta que no, que andaba sin dinero y le digo “Lo siento, no tengo dinero”. Pensando para mí “este tipo solo quería dinero, no es realmente un amigo”. Él se ríe y me dice: “Yo no necesito dinero. Lo que pasa es que o colecciono monedas y Chile es una de las monedas que me falta en mi colección”.
Ahí me di cuenta que yo quería comenzar mi propia colección, pero yo no iba a coleccionar monedas, yo iba a coleccionar sonrisas, porque quería mostrarle a mi familia, a mis amigos, la riqueza cultural que me rodeaba en Nueva York.
Como producto de algo casi mágico, digo, voy a escribir un cartelito que diga “collecting smiles” y lo empecé a mostrar a la gente que pasaba y de repente ése ritmo acelerado de vida en Nueva York se detiene por un segundo para regalar una sonrisa. Ahí es cuando nace la iniciativa.
Me ha llevado en estos 8 años de viaje, de recorrido, a 77 países…
Hay muchas y no todas las sonrisas las tengo en fotografía, porque siento que dentro de esta colección hay algunas que son sonrisas que uno prepara, en que se sabe que voy a tomar una foto, y hay otras sonrisas que quedan en el corazón, que son de momentos que me hacen sentir que la fotografía no hace aquí la diferencia, sino que la experiencia que viví con estas personas es lo que me guardo aquí (indica el corazón).
Puedo compartir tres significativas, que siento que son las que dan sentido al proyecto.
Una de ellas tiene que ver con la sonrisa que no alcancé a capturar, que es de Tobías, un amigo de Alemania, quien un día me escribe un mensaje y me dice “Roberto, me encanta lo que estás haciendo, me encantaría conocer a Robi”, y me manda una foto de él y dice: “Estoy en Alemania, tengo una distrofia muscular severa, que no me permite salir de mi habitación. Pero cada día veo cómo puedo viajar a través de las imágenes que compartes de Robi alrededor del mundo y Robi me ha inspirado a enviar de viaje a mi pequeña búho”.
Él tenía un buhó de peluche y comenzó su propia iniciativa que se llama “Frida en tour” y lo empezó a enviar de viaje con algunos amigos que le sacaban fotos a su buhó, y le daban a él la motivación para levantarse cada mañana y saber en qué nuevo destino estaba Frida.
Cuando él me compartió su historia, yo dije “¡Guau! Cómo algo que parecía tan simple puede motivar y dar ésa como luz de vida a alguien que estaba en un estado tan difícil, en una situación que es tan desafiante”.
Entonces generamos ese vínculo de amistad y yo le mandaba fotos e hicimos un plan para tener la oportunidad de fotografiar a Frida y a Robi y a él, pero lamentablemente él se fue antes, dejó este mundo, pero Frida sigue viajando, y ése es su legado. Y Frida lleva hoy día un mensaje que tiene que ver con hacer conciencia acerca de este tipo de enfermedades como la distrofia muscular severa que sufría Tobías.
Otra sonrisa que me gusta mucho compartir es la de una familia en Filipinas, quienes me alojaron en su casa. Cuando yo llegué, después de un largo viaje, desde Tokio, desde Japón, llegué muy cansado, y yo fui a Cebú, porque recibí un mensaje de ellos, invitándome a su casa, diciéndome que estaban ilusionados con conocerme, conocían la historia de Robi y querían abrazar al muñequito, y me iban a mostrar su ciudad y yo dije, “voy”.
Era parte de mi misión el poder conectar con la gente, entonces así es como yo iba eligiendo mis destinos.
Cuando llegué estaba un poco enfermo, me sentía desganado, estaba muy cansado y lo único que quería era dormir. Pero cuando entro a la casa de esta familia, los niños salen corriendo a abrazarme y tenían preparada una mesa llena de cosas ricas para comer y estaban todos celebrando y habían preparado esa bienvenida para hacerme sentir como en casa.
Lo primero que me doy cuenta es que de repente ese cansancio se va y ya tengo toda la energía para recibir completamente ese amor y les pregunto cuál es el motivo de su felicidad, de su sonrisa, y ellos me dicen que en vez de responderme me iban a mostrar. Porque querían que yo viviera eso que a ellos los hace felices.
Al día siguiente estaba saltando de cascadas, nadando en el océano abierto, con tiburones ballena, viviendo una de las experiencias más increíbles de mi vida. Que una familia muy humilde desocupó la única cama que tenían en su casa para que o pudiera dormir más cómodo y ellos se acomodaron en hamacas, en sillones, en un colchón en el piso, sólo para hacerme sentir bienvenido.
Me di cuenta que ahí la verdadera abundancia estaba en la abundancia de corazón, donde tú puedes entregar ése amor desinteresado, conectar con ese cariño que ellos alcanzan a percibir de una misión de vida que era lo que ellos pudieron recibir de este movimiento de colección de sonrisas.
Eso me reconectó con mi familia. Yo había estado mucho tiempo fuera de casa, y eso me hizo sentir que mi familia era esa razón por la que yo hago lo que hago, y ésa es una de las sonrisas que tengo que llevar conmigo, que después de tanto tiempo sin vernos, cuando regresé a casa estaban ellos en el aeropuerto esperándome con un cartelito de bienvenida, mis sobrinos, mis hermanos, mis papás. Ésa sonrisa es impagable y la llevo grabada en mi corazón.
Cuando mi mamá me recibe, me abraza, me hace sentir que todo ha valió la pena, porque de hecho estar lejos de ellos a veces fue difícil, pero me hizo entender que el vínculo incluso era aún más fuerte porque generamos ése hábito de estar comunicados, de poder llamarnos, hacer ésas videollamadas que me hacían sentir cerca. Incluso cuando estaba a miles de kilómetros de distancia.
Hubo mucha gente que no entendía el proyecto y que cuando yo preguntaba si me regalaban una sonrisa pensaban que quizás les iba a cobrar dinero, o que pensaban quizás que había algún truco por el que yo estaba haciendo esto, que era lo que realmente yo quería de ellos. Entonces, las personas que me decían que no, realmente, no significaban para mí nada especial. Yo seguía porque sabía que dentro de esas posibilidades era un sí o un no, pero si nunca preguntaba la respuesta siempre iba a ser no.
Eso me ayudó a atreverme a preguntar más y por cada no que yo recibía había tres que me decían que sí. Entonces era esa dinámica. Nunca me dejé detener por algo que no resultaba como yo lo tenía planificado.
Me sirvió mucho para estar muy abierto a los cambios que se iban presentando en mi camino, porque no todo lo que tú tienes en tu mente realmente pasa cuando estás viajando. Finalmente, te prepara para ser mucho más flexible y tener la capacidad de adaptarte a distintas situaciones que se presentan.
Así que ese no me hizo más fuerte y ahora ya luego de ocho años coleccionando sonrisas siento que este último año, que ha sido muy desafiante, el año de pandemia, donde pareciera que el mundo se detuvo y ya las sonrisas están ocultas detrás de una mascarilla, no puedo regalar abrazos porque se nos pide distancia social, entiendo de que ahora el verdadero viaje es al encuentro con uno mismo, al realmente descubrir por qué hacemos lo que hacemos. Y ese es mi mayor desafío al día de hoy.